En el Hotel Sidi Saler de Valencia, tres horas después de la derrota del Madrid ante el Barcelona en la final de Copa el 5 de abril de 1990, John Toshack, el entrenador del Madrid, se encuentra en el hall con su segundo, Grosso. La tensión es palpable. El Madrid, que había sido el favorito y estaba a punto de romper récords en la Liga, se siente frustrado tras el 2-0, con goles de Amor y Julio Salinas, y la expulsión de Hierro.
Un periodista se acerca y pregunta sobre el estado de los jugadores. La respuesta es clara: no están contentos con el arbitraje. Toshack, visiblemente molesto, lanza una crítica contundente: «No podemos culpar siempre al árbitro. Cada vez que perdemos, también perdemos a un jugador. ¿Vamos a seguir así el año que viene?». Grosso, a su lado, observa con preocupación.
Toshack continúa, señalando que su equipo tuvo oportunidades que no supieron aprovechar. «Son jugadores de calidad, se les paga para marcar. No podemos permitirnos estos errores», dice, dejando claro que la culpa no recae solo en el árbitro. La conversación se torna intensa, y el periodista, sin poder tomar notas, se da cuenta de que está ante una declaración importante. La frustración de Toshack es evidente, y su mensaje, claro: el equipo necesita mejorar y no puede seguir buscando excusas.
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